RESCATE

 

Ayer por la tarde tuve un sueño. Allí, se conjugaban mis temores actualizados. Entiendo, que la siesta no augura los mejores sueños. 

Era la casa de mi hermana, mezclada con todas las casas con patio sin cuidado, donde se construyen hogares de un tiempo sin orden cronólogico, más bien yuxtapuestos. El lugar donde reviven los muertos y se resetean con nuevos superpoderes los temores.

Le estoy tratando de hacer lugar a una persona de afuera, pero cuando abro la puerta del living veo que entran uno a uno ocupando todo el espacio. 

Hay tanto barullo, voy conversando, atiendo pero mi pensamiento está en el que entró. 

El mayor de nosotros está sentado en el techo, él es muy grande, apoyado en el borde con las piernas entre abiertas, hace un pequeño saltito y la superficie se flexiona a punto de quebrarse. Ahora es mi casa, y ese es mi techo. ¡Bajate de ahí!. 

El hombre que viene de afuera está ahí, cerca, no sé como está y no deja de llegar gente, no sé si es navidad o mi cumpleaños. Ella es Valentina, hay también otra nena que no reconozco, él es Lauti. Sentí alegría porque llegaba mi otro hermano, el que le sigue, el segundo contando desde arriba. Iba a haber presentaciones. 

No había más lugar, y el techo se estaba por quebrar. 

Están el abuelo Juli, papá y el mayor. Todo confundido. Al segundo lo veía no tan nítidamente, no había llegado a  saludarlo bien.

Te fuiste bañar. Apreciste medio escóndido en un cuarto, no podíamos estar juntos ¡teníamos tantos impedimentos para la tranquilidad, los besos, los abrazos las pieles que se enternecen al contacto!. 

No había más espacio, no se podía ni pensar. 

Entreabrí una puerta de un pequeño cuarto de madera, un cuarto de un adolescente, de esos que se inventan en las casas cuando hace falta espacio. 

Abrí la puerta y estabas vos, desnudo, te entreví, buscando algo , ¿una toalla quizás? cerré rápido -no sea cosa que den cuenta de que tengo un hombre adentro y desnudo-.  

Entre tanto mi padre sentado al lado de mi abuelo, declinaba. Las uñas como rocas volcánicas pedían un corte, la miseria en sus ropas, sentado allí, en la mesa larga,  recordándome de qué y de quienes estaba poblado mi espacio, tal vez el que yo sentía propio sin ser lo mejor de mi. 

Luego estabas cerca de una ventana, le hablo al hombre que viene de afuera, un primer piso, probablemente. Tengo impresa la sensación de sentir tu sentir, o mi sentir en tu sentir, de alguien arrinconado, de algiuen repleto. 

Entonces llegaban en tu rescate la familia, la buena familia. Rescate es la palabra. Llegaron en un auto no muy nuevo, eran dos mujeres de unos cuarenta años con sus niños, preocupadas por vos, porque no te perdieras allí, en ese babélico sitio y encima desnudo. 

Ese fue el sueño de la siesta. Yo tengo muchisimo miedo. 


Juana.

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